El alcance del COVID-19, ha impulsado a los organismos internacionales, a considerar su prioridad y tomar decisiones urgentes. Dicho esfuerzo ha comenzado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), por su competencia especial en el tema. No ha estado exenta de críticas, algunas muy fuertes (recordemos las de Trump), por considerar que ha sido lenta en advertir su propagación, e ineficiente en su acción. Pasado este período inicial, se ha puesto al día ante la emergencia, por no existir otro organismo de reemplazo, y sigue coordinando toda la información que dispone sobre la propagación de virus, sus alcances, y ahora, sobre las vacunas. No ha sido el único organismo interesado, y todos los demás, dentro de su esfera de acción, se han incorporado a la causa. Resulta indispensable, pues la emergencia sanitaria es de tal magnitud, que nos afecta globalmente.
El Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres (Portugal), ha estado particularmente activo, haciendo continuos llamamientos a los países miembros, y destacando aquellas consecuencias insoslayables de la propagación del virus, que son innumerables, y todas extremadamente graves. Es así como la pandemia ha dejado de ser un desafío de salubridad, o epidemiológico, para transformarse en una muy seria crisis de política internacional. La prueba está en que el propio Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el órgano principal encargado de la Paz y Seguridad Internacionales, acaba de acoger en febrero, el llamamiento del Secretario General, sobre “el momento crítico, en que la equidad en las vacunas es la prueba moral que tiene ante si la comunidad mundial.” Denunció que su progreso ha sido tremendamente injusto y desigual, pues sólo 10 países han administrado el 75% de todas las vacunas, y más de 130 no han recibido ninguna dosis. El Consejo, apoyó la petición, pues no siendo un tema de paz mundial, se hace necesario que las vacunas “estén disponibles en los lugares afectados por el conflicto y la seguridad”.
Podrá argumentarse de que suena más lírico e idealista, que real. Pero es un gran paso.
Samuel Fernández Illanes
Abogado y académico UCEN