Edgardo Riveros
Académico Facultad de Derecho, U. Central
Ex Subsecretario de RR.EE.
A casi dos semanas de conocido el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya surge la inquietud acerca del panorama futuro de las relaciones entre Chile y Bolivia y sobre qué bases debieran darse.
Ciertamente, para el desarrollo de estas relaciones hay de partida dos factores ineludible a considerar: lo dispuesto en el Tratado de 1904, que fijó de manera perpetua la situación territorial entre ambos países determinando con precisión sus límites y que entregó a Bolivia –también a perpetuidad- un derecho de libre tránsito para acceder al Océano Pacífico a través de puertos chilenos. A ello se agrega ahora el fallo de la mencionada Corte, que resuelve jurídica y definitivamente que Chile no tiene obligación legal de negociar una salida soberana al mar para el país altiplánico.
El acatamiento de la sentencia del más alto tribunal internacional, órgano judicial de la Organización de Naciones Unidas, por parte de ambos estados, como también el cumplimiento del referido tratado vigente hace 118 años, debieran dar paso a un diálogo con perspectivas de una lúcida, verdadera y eficaz integración en beneficio de ambas naciones. Chile y Bolivia en su calidad de países vecinos poseen enormes y complementarias capacidades naturales, que con orientación positiva pueden ser aprovechadas de forma convergente. También sus pueblos pueden colaborar a crear confianzas recíprocas que han sido dañadas en los últimos años. El litigio pendiente sobre el río Silala, por su carácter técnico y acotado, no debiera ser obstáculo para asumir un mejor escenario.
Es preciso estar consciente que la creación de ese escenario más positivo no es tarea fácil y que será necesario paciencia, gradualidad y prudencia para sumar voluntades. En ello podría jugar un papel significativo el superar la anómala situación de no tener relaciones diplomáticas formales por 40 años, desde que el gobierno boliviano decidió romper unilateralmente dichos vínculos con Chile.