Por: Christian Reyes
Mucho antes que Nicanor Parra saliera al baile de la contingencia citado de forma desafortunada por la regente de las administradoras de fondos de pensiones, el antipoeta en uno de sus célebres artefactos sostenía con traviesa picardía: «la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas». Y no es que las múltiples elecciones de mediados de mayo apunten a lo contrario si no que en rigor es oportuno transparentar frente a un vértice político – democrático tan especial como el vivido recientemente que en nuestro país, la verdadera brújula domiciliaria de la izquierda como tal, que hace rato se había mudado hacia el centro, tranzando muchos de sus principios fundacionales y como suele ocurrir en otras áreas, chilenizando su proceder a medida que las circunstancias lo ameriten.
Contrariamente al revuelo por la aparición reciente y declarada de la derecha dura, las izquierdas desde el retorno de la democracia, fueron de forma progresiva dejando en soledad y aislamiento extra parlamentario a un Partido Comunista criollo que merced a savia joven modernizó sus caratulas discursivas en la última década, echando por tierra el tabú que sus siglas y cánticos representaban para una sociedad aún reacia al color rojo partidista. Un remolino que cual desagüe fue atrayendo y luego hundiendo a los partidos más tradicionales en la representación de cargos públicos a medida que se acercaban a la tibieza de un centro donde se concentraban los votos fáciles, campañas planas y donde no tomar posturas de fondo fue la tónica para embriagarse en su propia negligencia de omitir decisiones más propias de sus bases.
Así llegamos a un 2021 con un Chile al límite, soportando una revuelta social producto del cansancio de todo lo anterior, harto del déja vú de promesas de cambio y revoluciones truchas y luego, una pandemia que evidenció aún más las desigualdades sumado a una inagotable fuente de sartas desafortunadas con frases indolentes desde la clase acomodada, lo que terminó de colmar la paciencia para mirar hacia la izquierda, la verdadera, esta vez no solo con el PC, también con el subestimado Frente Amplio, los independientes hartos de los estandartes partidistas y todo aquel que se sacudiera de las órdenes de una directiva concreta o colores alineados.
Las palabras desde La Moneda quedan tan desfasadas y obvias como las de los principales líderes políticos que aseguran haber entendido el mensaje, comprender la necesidad de sintonizar con las demandas ciudadanas. Puntos con los que se debería haber convivido desde siempre. Los analistas políticos y encuestas solo quedan con la credibilidad de una tirada de tarot o el horóscopo, con datos que una vez más hicieron el ridículo, mientras los grandes medios en vez de enfocarse en quienes escribirán la nueva Constitución y estarán a cargo de municipios y gobernaciones, sondean las razones de la derrota a los mismos de siempre. Una deshonestidad editorial indigna.
Por eso mientras tambalean los nombres que preparaban los partidos para llegar a Palacio, los indicadores económicos simulan un caos y los expertos corren en círculos exigiendo una explicación innecesaria, los excluidos celebran. Pasaron de recibir una equis roja para pedir un bono, una ayuda solidaria ante la catástrofe, a devolver el golpe con creces en las urnas con lápiz y papel. Ahora quieren y tienen derecho a imponer sus términos, al menos en apariencia. Así como algunos corearon «El baile de los que sobran» en masivas marchas y protestas, hoy ese jolgorio pasó a carnaval, con decisiones concretas de las cuales si bien habrá que ver resultados, es un comienzo que pone nerviosos a muchos. Porque los cambios cuando se prometen y no llegan, al final aterrizan igual, solo de modos diferentes.