Son muchas las bromas que se pueden hacer sobre esta novena cinta de la saga que hace rato dejó atrás los cromos, turbos y el nitro a un cuarto de milla para reconvertirse en una suerte de «Los Magníficos» o «A-Team» en misiones imposibles que no tienen nada que ver con las calles. Y sí, pueden ser toneladas de memes y bromas en torno a esta particular familia de Dominic Toretto en el cine pero hay que reconocer que por una u otra razón válida, ahí están, dos décadas después de su irrupción.
«Rápidos y furiosos 9» (2021) no tiene tapujos para presentarse como el show de lo inverosímil, bromear con lo ridículo de sus propias e ilimitadas posibilidades y jugar a salir campante entre comicidad y acción. ¿Resulta? Es sin duda un experimento de cuestionable profundidad pero definitivamente a Diesel y los responsables de la franquicia a esta altura les da lo mismo el qué dirán.
Fuera del obvio prólogo, esta novena aventura tiene momentos divertidos, entretenidos, otros incluso interesantes de seguir pero el resto que domina las escenas y la trama es el refrito chatarra que todos esperaban o temían ver en acción.
«R & F» cada vez se parece más a Marvel (no en el buen sentido) y francamente a nadie le extrañaría una aparición de seres con super poderes y capa en misiones con Vin Diesel o pegando puños con Michelle Rodríguez. Sin ir más lejos, «Hobbs & Shaw» (2019) algo esbozaron. Lo siguiente debería ser manejar el DeLorean del Doc Emmet Brown no cabe duda.
Los mejores momentos de estas dos horas y fracción son sus partes mundanas, la historia detrás -independiente de lo lograda que estén- y lo demás no vale la pena la más mínima reflexión del por qué de las cosas. Esa es la regla de oro para estas películas, solo verlas, como si fueran meros comerciales hiperinflados con muchos esteroides de millones de dólares. Nada más. Bajo esas condiciones este, los recientes y futuros capitulos de esta saga, deberían volverse más disfrutables. Sin esas premisas, no vale la pena molestarse.
Recomendación: Débil. Su humor es la excusa para no tomarla en serio. Su acción, el estandarte para justificar las más absurdas barbaridades.