Wilson Tapia Villalobos
Parece el buen inicio para una opereta: el destacado actor Robert de Niro hace su entrada en el escenario del Radio City Music Hall, de Nueva York. Se celebra la entrega de los Premios Tony a lo mejor del teatro de Broadway. A él le corresponde presentar al laureado músico Bruce Springsteen. De Niro toma el micrófono y, antes de saludar, lanza un tajante y rotundo: “Fuck Trump”. Los asistentes aplauden de pie.
Posiblemente sea un anticipo de lo que hoy se escenificará en la isla Sentosa, en Singapur, cuando los líderes de Corea del Norte, Kim Jon Un, y de los Estados Unidos, Donald Trump, se sienten a conversar. Puede que sea el epílogo, o una escena más, de una lamentable comedia que se inició a los pocos días de que Trump llegara a aposentarse en Washington. Y que hoy ya se ha transformado en acto habitual de las reuniones de alto nivel en que el mandatario estadounidense participa.
Seguramente, en Sentosa no se escucharán amenazas de “fuego y furia” cayendo sobre Corea del Norte o descalificaciones al “pequeño hombre cohete”, como alguna vez llamó Trump a su colega Kim Jon Un. Tampoco habrá imágenes evocadoras de fuego nuclear abatiéndose sobre territorio norteamericano. Más bien, se espera, en el mejor de los casos, un inicio de acercamiento para poner fin a una disputa que comenzó en los años 50 del siglo pasado, con la guerra de Corea, y que aún no termina entre las dos naciones en que quedó dividida la península.
Tampoco se descarta que el acuerdo a que se llegue quede desvirtuado a poco andar. Ha sido la tónica de la política internacional que Trump lleva adelante con aliados o contendores. La última escena de este remedo de lo que tradicionalmente se ha entendido por diplomacia, tuvo como escenario Canadá. La reunión del Grupo de los 7 -integrado Alemania, Japón, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón e Inglaterra-, terminó con las frases habituales de buena crianza, como antaño. Hacían alusión al buen entendimiento alcanzado y al término de disputadas creadas por Washington en el comercio entre socios. Pero Trump se negó a firmar el texto del acuerdo final. Y, como corolario, lanzó una de sus frases: “esta es una alcancía de la que todos roban a Estados Unidos”.
Diversos intereses rodean la escena que hoy se desarrollará en la isla de Sentosa. Trump espera cosechar un triunfo apabullante al poner término a un conflicto que se ha mantenido en tensión más allá del fin de la guerra fría. Y, de paso, confirmar que la política exterior basada en sus “pálpitos” es más exitosa que la de sus predecesores en la Casa Blanca. Una cosecha de gran significado, si se piensa que en noviembre hay renovación del Congreso norteamericano. Sin embargo, el camino no se ve fácil. Kim Jon Un no parece dispuesto a dejar de lado su programa nuclear sin lograr que en su vecina Corea del Sur tampoco exista armamento de esa calidad y de procedencia norteamericana. Algo que en los “pálpitos” de Trump ni siquiera puede estar presente. Pero, por otra parte, Pyongyang necesita que las sanciones internacionales, por su insistencia de pertenecer al club nuclear, dejen de obstaculizar su desarrollo.
Además, su principal aliado, China, también ha apoyado las sanciones, aunque ello no ha significado nunca restar respaldo al régimen coreano.
De cualquier modo, la reunión de hoy marcará la política internacional. De acuerdo a como se ha desarrollado la política exterior estadounidense en la era Trump, no es necesario que se llegue a un acuerdo de desnuclearización total. Para él bastará con lograr un acuerdo de paz que termine con más de 60 años de hostilidad. Y el término del estado de guerra entre las dos Coreas, sin duda sería un logro. Cuestión que le vendría bien a un Trump que con sus afanes aislacionistas y su respaldo a políticas racistas, homofóbicas y de segregación, ha logrado crear incertidumbre a nivel mundial y una profunda división en el plano interno.
Kim, por su parte, representa a un líder diferente a sus antecesores en la dinastía. Mientras su abuelo, Kim il Sung, y su padre, Kim Jong Il, mantuvieron una actitud de recelo y pundonor ante los EE.UU, él está convencido de que su país sólo avanzará si logra reconocimiento internacional. Y eso depende, en gran medida, de que se lo vea como una nación más y no como una amenaza para la paz mundial. Con el agravante de que la comunidad internacional está consciente de las graves vicisitudes que su pueblo ha debido soportar para mantener el sistema de gobierno que él encabeza.
Para los dos líderes que hoy están en Singapur, la reunión tiene un gran significado. Sin embargo, para el resto del mundo los logros a que se pueda llegar serán más bien acotados. Es posible que se diluya la amenaza de una conflagración nuclear que, en realidad, nunca existió verdaderamente. Pero tanto Kim como Trump cosecharán reconocimiento. El primero, al ser ubicado como un líder mundial más. Y, el segundo, dando muestras de que su política exterior tan sui generis, tiene sentido y puede alcanzar logros. Logros que hasta ahora le han sido esquivos. Por el contrario, en el plano internacional, Trump ha visto cómo se deteriora la imagen de su país incluso entre sus socios y amigos.
La presentación de Robert de Niro en la entrega de los premios Tony, es la reacción de gran parte del segmento culto de la sociedad norteamericana, que ve cómo su presidente va redibujando al país en la escena mundial. Y, para muchos otros, Trump no es más que un aficionado a la política que llegó al cargo que hoy ostenta por esos vericuetos en que cada cierto tiempo cae la civilización occidental.
En todo caso, hoy Singapur es el escenario en que los actores protagónicos presentarán un espectáculo digno de admirarse o una ridícula opereta.
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