Una lección para para el futuro inmediato

Hace casi una década, Daron Acemoglu, economista originario de Estambul, en colaboración con James A. Robinson y Simon Johnson, publicó una investigación en la que demostraban que las diferencias en la prosperidad entre países pueden explicarse, en gran medida, por las instituciones que se establecieron durante los procesos de colonización. Su análisis empírico mostró que en los países donde se introdujeron instituciones inclusivas —a menudo en territorios originalmente empobrecidos— surgieron sociedades más prósperas a largo plazo. En contraste, aquellos países donde predominaron instituciones extractivas quedaron atrapados en un círculo vicioso de bajo crecimiento económico y desigualdad.

La investigación concluyó que, mientras las instituciones inclusivas fomentan el desarrollo sostenido, las extractivas solo generan beneficios inmediatos para las élites en el poder, perpetuando la concentración de riqueza y oportunidades. A partir de esta publicación, Acemoglu y Robinson expandieron estas ideas en uno de los libros de economía más citados durante la última década: Por qué fracasan los países. En esta obra, los autores argumentan que, si bien factores como la geografía, la cultura o el clima pueden tener cierto impacto en el desarrollo, no son determinantes en comparación con la influencia decisiva de las instituciones políticas y económicas. A través de estudios de casos históricos, como las trayectorias divergentes de Corea del Norte y del Sur, ilustran cómo las decisiones políticas configuran el destino económico de las naciones.

Esta línea de investigación ha sido reconocida esta semana con el Premio Nobel de Economía, un galardón que subraya la importancia de abordar las enormes disparidades de ingresos entre países. Jakob Svensson, presidente del Comité del Premio de Ciencias Económicas, lo resumió de forma contundente: “Reducir las enormes diferencias de ingresos entre los países es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo”, Es interesante que una década después, Acemoglu ha centrado sus investigaciones en el impacto de las tecnologías emergentes, en particular la inteligencia artificial (IA), sobre la economía y el trabajo, explorando las implicaciones socioeconómicas de la IA generativa y los desafíos regulatorios necesarios para mitigar los efectos negativos que esta tecnología podría tener sobre el bienestar social.

En una de sus publicaciones más recientes, sostiene que, a pesar de las expectativas optimistas sobre la IA, los aumentos en la productividad agregada impulsados por esta tecnología serán modestos en el corto plazo, con un impacto proyectado de menos del 1 % en la productividad total de factores (PTF). Aunque la IA podría mejorar el desempeño de personas trabajadoras menos calificadas en ciertas tareas, esto podría exacerbar las desigualdades económicas en lugar de reducirlas, ampliando la brecha entre los ingresos del capital y del trabajo, siendo poco probable que la IA genere incrementos salariales significativos para la mayoría de las personas trabajadoras en las próximas décadas.

La visión cautelosa de Acemoglu respecto a la IA nos plantea una advertencia sobre el riesgo de una nueva forma de neocolonialismo tecnológico. De forma análoga a lo que ocurrió con las instituciones extractivas en la era colonial, que concentran poder y recursos en manos de unos pocos, la IA, si no se regula adecuadamente, podría reproducir este patrón, donde los beneficios de la tecnología se concentren en un reducido número de sectores y regiones, profundizando las desigualdades existentes.

En tiempos de informalidad laboral, baja productividad e incertidumbre sobre el trabajo del futuro, se requiere con urgencia de instituciones inclusivas que garanticen que los beneficios económicos generados por la IA se distribuyan de manera equitativa. Solo a través de un marco institucional adecuado podremos evitar que estas tecnologías refuercen disparidades y, en su lugar, promuevan un desarrollo económico que favorezca a toda la sociedad.

Servando Pastor, Académico de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas Universidad de Valparaíso